
Han venido a coincidir más o menos en el tiempo dos acontecimientos que mis circuitos neuronales han asociado gracias a la inestimable ayuda del ególatra Pedro J. Pocos días antes de cumplirse el quinto aniversario del 11-M, en un Juzgado de Valencia rinden cuentas uno de los padres de las llamadas niñas de Alcasser y otras personas, entre ellas una presentadora de televisión, a quienes el Fiscal pide varios años de cárcel acusándoles de delitos de injurias y calumnias cometidos contra los responsables de las instituciones que investigaron y juzgaron aquel suceso desgraciado, sobre quienes vertieron acusaciones graves, llegando incluso a vincularles con el asesinato y sus autores.
Es fácil entender a aquel padre -no al circo de ratas que lo rodeó- y muy difícil juzgarlo. El sufrimiento le impidió admitir que el crimen que se cometió con su hija y sus amigas se debió al azar miserable de encontrarse donde no debían cuando se cruzó con ellas aquel sujeto. No podía ser. Su dolor no era compatible con tan sencilla explicación. Tenía forzosamente que haber existido una trama, una confabulación al menos tan grande como su vacío, con jueces, policías, autoridades y otros poderes implicados, primero en los hechos y luego en su ocultación. Una gran conspiración.
Yo tardo dos minutos en crear una conspiración e involucrar a mi hermano en el robo del monedero de mi madre. Verán: ¿por qué mi hermano llevó ese día en coche a mi madre cuando ella solía ir en autobús? ¿por qué mi hermano le dijo que el bolso que llevaba le gustaba mucho, a pesar de que su cremallera estaba estropeada? ¿no es mi hermano abogado y conoce a dos carteristas por defenderlos en el turno de oficio? ¿cómo es que la denuncia que puso mi madre se turnó al Juzgado 3, cuando todo el mundo sabe que el Secretario fue compañero de carrera de mi hermano? ¿qué tuvo el Secretario que ver con que las diligencias se archivasen "por falta de autor conocido"? ¿con qué pagó mi hermano sus vacaciones en Mojácar? Puedo seguir ad infinitum y, si me lo propongo y sin esfuerzo, abrir nuevas líneas y llegar hasta Ronald Reagan, los herederos de Cánovas del Castillo, el bajista de Leño o involucrarle a usted.
Todas esas preguntas, propias del peor periodismo, tienen respuestas sencillísimas, anecdóticas. Tanto que, por más que sean ciertas, no pueden abrirse paso frente al peso de una conspiración. Lo mismo pasa con los interrogantes que lanzan todas las mañanas al vacío los diseñadores de la teoría de la conspiración sobre los atentados del 11 de marzo.
Las acusaciones que lanzaba el padre de Alcasser, por las que puede penar varios años, son pompas de jabón al lado de lo que durante todos estos años se ha dicho y escrito desde la COPE, el Mundo o Libertad Digital sobre el Intructor, la Fiscal, la policía judicial, la UCO, la Guardia Civil, el Ministerio del Interior, los forenses, los químicos, los artificieros, y quién sabe cuánta gente más. A todos les han acusado de manipular pruebas, de mentir, de servir a intereses bastardos. Algún estudio ha señalado que en la conspiración del 11-M habría, entre todos los aludidos y sus cómplices, varios miles de personas, cada uno de su padre, madre y profesión.
La teoría de la conspiración nació el día que el Partido Popular perdió las elecciones de 2004. Si las hubiera ganado, como todo el mundo, absolutamente todo el mundo -analistas políticos incluidos- pensó hasta las 22.00 horas del 14 de marzo, ni conspiración ni farrapo de gaita. Pero no fue así.
El shock sufrido por la extrema derecha fue tal que, como ocurrió al padre de Alcasser, no podían explicárselo con algo tan sencillo como que veinticinco millones de españoles, por las razones que a cada uno viniesen a cuento, fueron a votar y dieron la victoria a la oposición, como tantas otras veces. No -pensaron-. A la derecha no la pueden echar los votantes. Sólo puede hacerlo una concatenación de fuerzas hispanofrancovascomarroquíes a las que el electorado sirve como lo haría un tabor de regulares a Franco.
Como el atentado provocó un "vuelco" electoral (como si hubiese unas elecciones el día 10 de marzo y otras el 14), el atentado se cometió para provocar un vuelco electoral. La estupidez a veces no parece tener límite. Si alguien preguntase a veinte de los más importantes centros de estudios internacionales sobre de qué modo en una democracia occidental puede cambiarse repentinamente la tendencia electoral hacia la oposición, lo último que le aconsejarían sería perpetrar un gran atentado. Porque lo que estaba escrito y estudiado era que el efecto sería justamente el contrario. Así pasó en Estados Unidos, Australia, Gran Bretaña y así pensaron los españoles que iba a ocurrir. Baste recordar el grado de sorpresa con que se interpretó un resultado para el que se carecía de guión aquella noche.
Si es fácil organizar -en el papel- una conspiración entre mi hermano, un carterista a sueldo, el Secretario de Juzgado y un funcionario de policía para evitar que se llegue a saber quien le robó el monedero a mi madre (es decir, el primer raterillo que pasaba por allí, que vió el bolso abierto y del que nunca más se supo), qué no se podrá construir sobre los miles de datos del 11-M. Pero es lo mismo. Solo que construido sobre una gran tragedia, sobre la que esta facción de irresponsables paranoides vierte sal cada mañana. Todo porque la derecha -la derecha extrema de Aznar, Rajoy mediante- perdió aquellas elecciones.
La última. Dicen saber de buena tinta -ojo, sus fuentes nunca existen, y lo que dicen no pude corroborarse jamás- que uno de los autores materiales, Jamal Zougam, la noche antes estuvo en un gimnasio haciendo deporte hasta altas horas. Pedro J. con su petulante candor, explica que estuvo 'haciendo sus ejercios, sus tablas, como tantos días'. Ni estaba montando bombas ni es un comportamiento propio de quien va a cometer una carnicería al alba. Pero la policía se llevó la información que lo corroboraba. Ergo la instrucción, el juicio y la sentencia son una pantomima y no sabemos nada y bla, bla, bla... Y se quedan francamente bien.
No dicen que varios testigos lo identificaron primero ante el Juez de Instrucción y luego ante los tres magistrados de la Sala de lo Penal, con su abogado delante, como uno de los autores materiales. Y que eso basta para condenarle. Sin contar los centenares de indicios que existían en su contra. Algo tan sencillo de explicar no es suficiente.