El Himno
Entre que una cuestión de más o menos actualidad llame mi atención y que merezca que me detenga sobre ella en el teclado del ordenador se levanta un muro difícil de salvar. La prueba es el abandono en las reseñas de este blog, cada vez más espaciadas. Y es que en el tiempo que media entre el pensamiento, incluso cuando se presenta con ímpetu, y la acción de transcribirlo, suelo llegar a la conclusión de la perfecta inutilidad del pensamiento, de sus protagonistas y de mi propia reflexión. Prácticamente nada de lo que pasa merece que nos detengamos, y no digamos ya si tiene que ver con los avatares de la vida pública española.
Pero como en todo hay excepciones, el reciente episodio de la letra del himno español ha pesado lo sufiente para llegar hasta aquí.
Empecemos por el principio. Además de al lujo, al devaneo aristocrático y al viaje de gorra ¿A qué se dedica el Comité Olímpico Español? En general a cosas frívolas. En otro caso no se explica esta cosa pueril de buscar al himno una letra, por mucho que a los deportistas les apetezca, cosa todavía más ridícula y que está por ver. Si los deportistas representan a España en sus competiciones, también la represento yo cuando entro en Hagia Sofia en Estambul. Porque tanto si doy la nota o si me conmuevo por el peso del lugar, lo primero que el prójimo verá es a un español -no a mí- que da la nota o se muestra conmovido. Cosa de las identidades.
Sigamos con el proceso. Para buscar letra a la Marcha Real -suponiendo que la admita en términos de armonía, que creo que no-, los estrategas del COE optaron por una especie de concurso abierto, en el estilo "para niños y mayores", en la lógica de los productos culturales -es un decir- contemporáneos, tipo Bisbal o el Código da Vinci, cuyo público lo mismo tiene 6 años que 60. Nunca me han gustado los métodos de democracia directa, ni admitir la validez de todas las opiniones ni tampoco igualar al personal por abajo. Por eso no entiendo cómo, en la tierra de Jorge Manrique, de Quevedo, de Machado o de Joaquín Sabina, alguien pueda pensar que cualquier español valga para poner letra al himno.
El resultado. El previsible. El concurso lo gana una especie de bodrio infantil que, por lo menos a mí, produce vergüenza ajena, y cuyo autor, al que le gusta hacer versos y mandárselos a su mujer por el móvil, para más inri, reniega de la patria que reniega de su estúpida creación. Dedíquese a lo suyo, oiga.
Y lo que es más grave, todo esto revela un pensamiento -el del autor, el del jurado si lo hubo, y el de tantos otros- puramente franquista, entiéndase esto como expresión de la incapacidad de una gran parte de los españoles, cualquiera que sea su ideología- para relacionarse con lo español, que les lleva una y otra vez al reduccionismo acomplejado, al folclorismo y a lo peor del tópico, cuyo efecto es el de producir siempre más rechazo que adhesión.
Su verdadero himno, el que de verdad les enardece, es y será Suspiros de España, con el que Jiménez Losantos abre cada mañana su programa de radio. Si no ese pasodoble, serán El Emigrante o En Tierra Extraña, canciones contra las que personalmente nada tengo y que reconozco como propias de mi tradición, pero que expresan una visión del país que ..., en fin.
Pensar que el himno de España tenga que decir Viva España (sin entrar ya en la monserga de sus verdes valles, su ancho mar, la bondad de sus gentes y la rica cultura de sus regiones, de todo lo cual la letra en cuestión no se olvida, puro Franco, ya digo) es la prueba evidente de esa incapacidad. Viva España, se quiera ver o no, y por motivos bastante obvios, es una expresión que concita menos unión que discordia. Y además innecesaria.
El himno de Galicia, que no es divisor sino lo contrario, no contiene en su texto el grito de Viva Galicia, ni ningún otro similar. Ni siquiera la palabra Galicia. Pero la profundidad del texto está tan lejos de la letra del COE como puede estarlo Bach del arreglista de Georgie Dan. Claro. Se trata de Os Pinos, un poema alegórico de Eduardo Pondal, uno de los autores, con Rosalía de Castro y Curros Enríquez, del rexurdimento de la literatura gallega en el siglo XIX.
Ni en la versión corta (primera estrofa y estribillo) ni en la larga (primera, sexta y séptima estrofas y estribillo) de La Marsellesa se menciona a Francia. Sin embargo éste, como otros han reconocido, merece la medalla de oro de los himnos.
No habrá en la tradición literaria española, me pregunto, textos que podrían ser utilizados como letra de un himno. Aunque es casi imposible hacerlos encajar con la Marcha Real. Y aún así, si ha de haber una letra, cosa plenamente prescindible dadas las circunstancias, o la aprueban por unanimidad las Cortes Generales y todos los Parlamentos Autonómicos o si no, nada.